El Pueblo Carlista ha permanecido atento y vigilante para que el orden sucesorio se diera dentro de la legitimidad de ejercicio, porque era el “derecho” por él constituido que hacía invulnerables sus esencias de libertad. Frente a los exegetas de la dinastía usurpadora liberal que imponían en el normal mecanismo sucesorio doctrinas sobre exclusiones por la sangre, el pueblo carlista clamaba por el ejercicio del derecho consuetudinario, que anteponía la legitimidad de ejercicio que condicionaba ese derecho de automatismo de la sangre. De este “derecho popular” nacía el pacto, que constituía la fuente política del ejercicio democrático. Con este pacto y esta doctrina sucesoria o legitimista, los reyes carlistas se erigían en defensores de las libertades populares y se hacía posible esa simbiosis pueblo-dinastía capaz de afrontar los embates del liberalismo y del integrismo. En el Carlismo la legitimidad dinástica radica en el Pacto Pueblo-Dinastía, que se fundamenta sobre el consentimiento libre del pueblo carlista que ejerce su derecho de libre determinación, que tiene carácter universal y cuya inalienabilidad implica que no puede producirse, ni jurídicamente ni por la vía de los hechos, elección alguna que sea irreversible.
En diciembre de 1967, en Lisboa, Don Javier reunía el Capítulo de la Orden de la Legitimidad proscrita. Hacía más de cuarenta años que no se podía realizar una celebración de ese tipo, donde imponer las Cruces concedidas para premiar lealtades y méritos. En este acto, Don Javier recordaba a los presentes que “el Carlismo es más que un concepto de legitimismo. No defiende un derecho puramente histórico, sino la vigencia profunda de la autoridad legítima que sirva al bien común. Cumple unos deberes actuales, una misión plenamente actual. Si es legítimo por su origen lo es también porque se legitima cada día por su actuación."
En Portugal, el 3 de octubre de 1976, Don Carlos Hugo había dejado clara la postura sobre la monarquía. “No hay problema dinástico. Solamente lo habría si dos dinastías compitieran por el mismo trono. Mis metas, las de mi familia no son las de ocupar la jefatura de un Estado, a nuestro juicio autoritario, no democrático e históricamente superado. Nuestras metas son realizar una sociedad nueva, socialista y pluralista. En cuanto a la Monarquía lo plantearemos o no lo plantearemos, según veamos que en ese momento es útil o no al progreso histórico de la sociedad que creemos deseable para España. El problema de la monarquía no lo planteamos como una condición “a priori”, sino como posible complemento o superestructura de un planteamiento histórico revolucionario, que es la realización de una sociedad socialista y de autogestión. Ni yo ni mi familia renunciamos, por ello, a ninguno de los derechos que nos corresponden”.
A su regreso del exilio, don Carlos Hugo de Borbón-Parma declaraba: “No vengo a plantear ningún pleito dinástico, pero tampoco me propongo renunciar a ninguno de los derechos y deberes que me corresponden”. Los carlistas no planteamos un litigio dinástico, sino un pleito político, un proceso esencial de estructuración de abajo arriba de la sociedad y del Estado, que considera siempre que la sociedad y sus cuerpos intermedios son anteriores a la existencia de éste. Un Estado que no es un fin en sí mismo, sino un fin para algo, un algo que es el elemento humano, el garantizar y proteger los intereses de una población, que es la única causa que puede justificar su propia existencia.
El 13 de octubre del 2000, en Trieste, en el II Capítulo General de la Real Orden de la Legitimidad proscrita, Don Carlos Hugo de Borbón Parma añadió algunas consideraciones a las palabras de su padre en el I Capítulo, que reproduzco a continuación:
“La primera es que el Carlismo representa algo único en la Historia, la voluntad de un Pueblo que ha legitimado una Dinastía. Es un pacto entre el Pueblo y una Dinastía. ¿Y esto, qué implica? Implica que el Carlismo a lo largo de ciento setenta años ha hecho cuatro levantamientos, ha perdido cuatro guerras; y la peor perdida ha sido la última, porque no fue una guerra carlista propiamente hablando, y el Carlismo ha sido destrozado. El Carlismo ha sido destrozado pero no vencido. No hay ningún partido político en el mundo actual, ni uno, que tras tales circunstancias haya sobrevivido más de setenta años ¡y nosotros tenemos ciento setenta años! Esto significa que la Dinastía Legitima no busca su legitimidad únicamente en el derecho, aunque lo tenga allí, sino que la busca en el Pacto de la Dinastía con el Pueblo.
Muestra de ese Pacto es aquí, en la Basílica que hemos visitado esta mañana, donde reposan los restos de los reyes carlistas. Ellos no rompieron el Pacto. Estuvieron al lado del pueblo carlista, del pueblo español, para luchar por esas libertades fundamentales a las que nunca podrá renunciar el Carlismo: la Libertad del hombre, la Dignidad de los pueblos y la Justicia en el mundo.
En el momento actual en el que tanto se habla de mundialización, nosotros venimos a ofrecer una solución. Hoy en día el mundo entero está representado en las Naciones Unidas por más de ciento ochenta países, de los cuales las tres cuartas partes son países pobres. La mundialización, la construcción de una unidad mundial es absolutamente necesaria para el desarrollo de todos los pueblos. Pero mientras comprobamos esta necesidad, vemos también sus peligros: que se haga una mundialización a favor de los ricos y no se cuente con los pobres.
Y es la segunda cosa que os quería decir: para evitar la marginación de los más pobres el Carlismo rechaza un sistema mundial que no esté enfocado hacia el bien general y hace un llamamiento a todos los pueblos para que participen en una gran federación que sirva a la protección de la personalidad individual de cada uno como a la personalidad colectiva de todos los miembros de estos mismos pueblos.
Los pueblos de España no responden a una mediación aritmética, jurídica o cuantitativa; son unos pueblos que, con su bagaje histórico, constituyen la identidad de los hombres y de las mujeres que conviven en esas naciones y han formado y forman hoy en día España. Han hecho España. En esa misma línea de libertad de cada pueblo es la razón de estar acogidos y formar parte de la comunidad mundial con el respeto que se debe a cada uno y que proporcione a cada uno la posibilidad de ser dueño de su libertad y de participar de la responsabilidad mundial.
Esto es lo que queremos aportar y, también, lo que quería deciros en este momento en el que nos reunimos aquí para celebrar este acto. No preocuparos de lo que ha pasado, sino de lo que va a ocurrir. He estado muchos años en una universidad y he visto como la sociedad moderna ha comprendido que no puede seguir viviendo lamentándose de la situación actual sino pensando en lo que realmente se puede hacer y cuales son las metas.”
Al concluir este parlamento y tras serle impuesta la Cruz de la Legitimidad proscrita, Don Carlos Javier de Borbón Parma, espontáneamente, dirigiéndose a su Padre, pronunció estas palabras: “Aitá, Padre, haré lo posible para ser digno de tu ejemplo y, con Jaime, Margarita y Carolina recogeremos la Bandera para nuestra generación.”
El papel de árbitro de la situación es una función esencial que el carlismo ha reservado a la dinastía a lo largo de estos siglos, una posición de árbitro que ha de ser entendida por todas las partes. En algunas reuniones determinadas personas expresaban a don Carlos Hugo que mantuviera este papel, que no se decantará hacia ningún sector concreto, y que la posibilidad de acceder hasta él fuera independiente de la postura que adoptase cada uno y de las resoluciones que el partido pudiera tomar sobre personas y casos concretos. Sin duda, el pronunciamiento del Rey legítimo a favor de una tendencia, acabaría por alejar otros sectores. Algunos no entendieron este asunto correctamente y otros muchos, honradamente, no pudieron asumir un radicalismo que en ciertos momentos fue absolutamente pueril. Una época en que, como todos los partidos, el carlista padeció de un cierto mimetismo. Desde la perspectiva actual, pienso que determinadas actuaciones correspondían a la función de un secretario general del Partido y que él hubiera tenido que mantenerse más al margen de la disputas de cada día. La influencia que pudieron ejercer personas como el entonces secretario general del Partido, Pepe Zavala, pudo alejar a los defensores de otros criterios de táctica política.
Entiendo que el pensamiento político de don Carlos Hugo y su familia no difiere esencialmente de la línea política e ideológica que nosotros podamos elaborar en nuestros Congresos y Asambleas.
Publicado en el libro La lucha silenciada del carlismo catalán, bajo el epígrafe de Una presencia permanente. VII.- La dinastía carlista, otro elemento básico de referencia (Biblioteca Popular Carlista, núm. 17 , Ediciones Arcos, Sevilla 2007) y tomado de http://www.reflexioncritica.blogspot.com
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