miércoles, 10 de diciembre de 2008

LA MONARQUIA DE FUTURO

En cierto momento surgió la noticia de que el Principito heredero de Noruega, iba a solicitar la baja por maternidad (aunque en ese caso digo yo que sería por paternidad) cuando naciera su futuro hijo fruto del amor con la Princesita Mette Marit. Esto unido a lo que los grandilocuentes politiquillos de nuestra nación andan diciendo de que hay que reformar la Sacro-santa Constitución, no para evitar la explotación salvaje del trabajador o del que poco tiene, ni tampoco para constituir un estado español como fórmula de convivencia entre los diversos pueblos que integran Las Españas, sino simplemente para eliminar la preferencia de los varones sobre las mujeres en la sucesión a la Jefatura del Estado a título de Rey, no puede hacernos nada más que reir por no llorar de pena.

Si el Sr. Zapatero con sus Sociatas a la cabeza, esos de Filesa, Malesa, el GAL y los catorce años de latrocinio y del meter la mano en unión con el señor Rajoy, heredero fiel de Aznar, ílota vulgar del “César” Bush, líder sin parangón de la hipócrita y totalmente carente de la más mínima inteligencia derecha española dicen que hay que reformar el artículo 57 de la Constitución porque resulta decimonónica y discriminatoria la preferencia de la línea masculina sobre la simple primogenitura en la sucesión a la Jefatura del Estado, acaso ¿No se puede decir con esos mismos argumentos que nada hay mas decimonónico y discriminatorio que la sucesión por nacimiento a la Jefatura del Estado? ¿Acaso no sería mejor, reformar de una vez por todas la Institución de la Jefatura del Estado de tal forma que ya no se ejerciera a título (con apariencia) de Rey y que se proclamara una República burguesa como las que rigen en medio mundo con las mismas virtudes, si es que existen, y con los mismos defectos que tiene hoy en día nuestro sistema de Jefatura del Estado?.

En nuestros días parece que ha perdido todo sentido la forma monárquica de gobierno. Antaño, en sus orígenes, la monarquía fue un gran avance político-social porque suprimió los abusos que los diversos señores feudales ejercían dentro de sus feudos y para ello se tuvo que apoyar en un “pacto” entre el pueblo y el monarca, así los Reyes conseguían el apoyo del pueblo para las diversas reformas del estado que afectaban a los intereses y a la ambición desmedida de la nobleza que veía disminuir su poder hasta que allá por el siglo XVIII los diversos monarcas europeos rompieron ese pacto, se aliaron con una nobleza decadente que había olvidado todo su origen guerrero y que se había unido, en muchos casos mediante matrimonios, a los emergentes mercaderes y usureros para encargarse de los mundanos intereses que marca la ciencia de la economía. Hoy en día esa nobleza de blasón ya solo es un recuerdo porque ha sido eficazmente sustituida por una clase que, con o sin escudos heráldicos, ejerce un poder absoluto sobre la parcela de la vida social que domina. Esta clase no tiene poder sobre la vida o la muerte de sus vasallos como antaño tuviera el señor feudal o al menos no lo tiene en la misma forma en que se ejercitaba en el feudalismo, pero sí tiene un poder absoluto sobre la riqueza o la pobreza de grandes masas de población, por eso, en la opinión de quien esto escribe, la monarquía como forma de gobierno puede tener aun sentido siempre y cuando decidiera enfrentar el poder de estos “nuevos señores” y ejerciera su autoridad en apoyo, defensa y amparo de los menos favorecidos constituyendo un límite infranqueable a los desmanes y abusos de los que han hecho de difundir miseria su forma egocéntrica y plutocrática de vida.

No obstante, vemos cada vez más como los monarcas europeos y sus descendientes, con el beneplácito de periodistas, políticos, señoras de rastrillo, cortesanos de herrumbrosas espadas de ceñir, que de las de combate nada saben, y demás gentes autocalificados de monárquicos, ignoran toda obligación moral y material de la monarquía aspirando a ser “una persona más”, “una familia más”. Cualquier príncipe heredero europeo que goza por tal condición de ciertos privilegios, puede enamorarse y contraer matrimonio con una cupletista famosa del Molin Rouge o con una fermosa vedette del Lido parisino a la que el día de mañana convertirán en Jefa consorte (o con suerte) del Estado justificando tal hecho como una “modernización de la institución” o una “cuestión común y general en una familia moderna” y desvelando cierto egoísmo propio de la sociedad actual porque egoísmo y no otra cosa es aquello de estar en la principesca posición para disfrutar de sus privilegios desdeñando al mismo tiempo la incomodidad del ejercicio de sus obligaciones.

Si estos principitos, que mas valen que leyeran el magnifico cuento de Saint d´Exupery para que tuvieran alguna noción del contenido que ha de llenar el título que ostentan, con sus ocurrencias y mojigangas, quieren ser uno más de entre sus súbditos, pues bien... ¡¡¡Que lo sean!!! Que sepan lo que es hipotecarse toda la vida para poder comprar una vivienda de setenta metros cuadrados, que sepan lo que es llegar dificultosamente (o no llegar) a fin de mes, que sepan lo que es tener un contrato basura y no saber si transcurridos tres meses se seguirá trabajando o si se engrosara las filas del paro, pero que no nos hagan ver supuestas “modernizaciones de instituciones” en meros disfrutes mundanos ni pretendan hacer grosero populismo a base de publicitar el uso de ciertos derechos de las clases menesterosas en muchos casos obtenidos gracias a la sangre vertida por una heroica legión de mártires obreros.

Si la monarquía quiere perdurar y tener una futura justificación para su existencia, debe asumir que el ejercicio de la magistratura regia es la carga suprema que implica un sacrificio sin límite sintetizado en el aforismo “quiérete el último” y debe enfrentarse a los “nuevos señores” que durante años han construido un sistema socio-económico –el capitalismo- basado en la explotación del prójimo y en las desigualdades que obligan a que los mas mueran en la miseria para que los menos puedan vivir rodeados de lujos superfluos. La monarquía debe estar siempre en la vanguardia, apoyando en todo momento al más humilde de los ciudadanos luchando por la justicia social sin convertirse en ningún caso en una pútrida institución burguesa como parece ser que es hacia donde tiende a convertirse en toda Europa con el beneplácito, aplauso y elogio de los aduladores cortesanos que serán los primeros que, satisfaciendo sus intereses particulares y emulando la actitud de las ratas en un naufragio, cambien de bando o abandonen al adulado como ya ocurriera en Francia en 1789 y en Rusia en 1917.

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